sábado, 12 de julio de 2008

(DES)CONTROLES REMOTOS

(Des)controles remotos

Dicen que no hay nada más eterno que aquello que provisoriamente dejamos sin solucionar. Haciendo limpieza el mes pasado salieron de un montón de cajones y rincones decenas de controles cuya mayoría nunca había visto en mi vida y ni siquiera sé para que servían, si es que alguna vez sirvieron para algo. Todos reunían la misma característica de estar completamente oxidados y carecer de la tapita que evita la caída de las pilas. Hay uno en especial que data de la era precolombina, me parece que era del grabador de cinta GELOSO donde aún tengo guardado "El baile del ladrillo" en versión italiana de Rita Pavone que luego Violeta Rivas supo plagiar en el Club del Clan. Pero el único control que responde de mala gana cuando lo presiono mientras sostengo las pilas con 2 dedos se cayó al piso el domingo, y ni cambiándolas ni apretando los botones bien fuertes logré que obedeciera. Eso fue la gota que desbordó el vaso, así el lunes temprano le anuncié a mi esposa que iría a reparar todos estos controles de porquería( en realidad dije mierda) o compraría alguno nuevo, por lo que pidió acompañarme. Estaba claro que ella iría para una diligencia propia, no porque le interesara mi problema, que en realidad es nuestro problema pero en casa nadie se esfuerza demasiado por enfrentarlos y todos tienen la paciencia de Job para esperar que yo los solucione. Esto sucede con tantas cosas del hogar como la tapa de inodoro, rajada desde ni sé cuando y cada vez que voy al baño me pellizca la nalga izquierda, la silla del comedor con su brazo descolado, perillas del horno eléctrico extraviadas hace años, varias bombitas de luz quemadas en el dormitorio de los niños y también del living, lugares en donde cada integrante de la familia ha desarrollado la capacidad del murciélago para orientarse en la oscuridad antes de enfrentar la penosa y ardua tarea de recordar en avisarme. Se puede romper la tostadora, el secador de pelo, la aspiradora, la plancha, la radio etc., todos continuarán tranquilos y adaptándose sin problemas como si vivieran en las cavernas del Paleolítico. Cualquier noche de éstas llegaré a casa y seguro habrá una fogata en medio del Living para asar las palomas y gorriones que cazaron al mediodía con arcos y flechas. Otra cosa irritante es la computadora que usan sólo mis hijos, cuando la semana pasada traté de mandar un correo se me trancaba a cada minuto con rebelión del mouse y decenas de carteles informando una inminente explosión del equipo si no llamaba a Bill Gates en menos de diez segundos. Y al mismo tiempo apareció de repente otro aviso informando habían entrado más virus que al block quirúrgico del Pasteur y más troyanos que en Esparta la noche del rapto a Helena.
Tal vez suceda que estoy en un período de hipersensibilidad, pero ni bien subimos al auto comencé a notar cosas que hasta ese día ni me había percatado No soy misógino, no tengo prejuicios contra las mujeres pues han igualado y hasta superado al hombre en muchos terrenos, incluso al volante. Comienzo a manejar y apenas transcurren dos minutos mientras estamos conversando de bueyes perdidos, en la bocacalle a mi izquierda aparece un auto que realiza el mayor esfuerzo posible de garronearme para pasar por delante. Sigo hablando con naturalidad pero acelero y pego un toquecito de bocina haciendo prevalecer mi derecho obligándolo a frenar de golpe, por lo que ella me interrumpe lanzando el primer dardo envenenado: "¿No lo viste?" Traté de responder con voz calma, como si recién hubiese venido de charlar con el Dalai Lama: _No, porque según recuerdo del examen de chofer tengo prioridad ya que voy por la DERECHA (esto recalcado para cortar cualquier reacción). ¿Pero qué mujer va a aceptar perder o empatar una discusión con el novio, con el marido, o con cualquier ser humano sin importar el sexo? _"Me parece que estás manejando muy rápido". _ Porque estoy un poquito apurado… mi amor _ "¿Te pasa algo?, ¿Tenés algún problema que no me hayas dicho?" Ahí me sonó la alarma que la cosa se empezaba a complicar y si mi respuesta no la conformaba no sabía dónde terminaríamos, por eso decidí ampararme en la 5ª enmienda antes que se transformara en intercambio de reproches. Guardé silencio hasta llegar al Centro dedicado a analizar la inagotable cantidad de observaciones que metía a cada pocas cuadras: _"Cuidado con esa señora cruzando, ¿me imagino que la viste? No frenes tan de golpe que me mareo. Deja pasar al de atrás…. ¿Tenés prendidas las luces?, mira que esta lleno de inspectores multando por cualquier cosa….Guarda que la próxima esquina es peligrosa y hay un cartel de PARE". Yo intentando seguir sereno, sosegado, pero la clásica voz interior que nunca sé de dónde surge empezó como siempre a darme manija subiendo el tono dentro de mi cabeza con preguntas incisivas: "Che ¿hace 26 años te dieron la libreta por mérito o tuviste que coimear a alguien?, ¿desde cuándo tu mujer te perdió el respeto al volante?, ¿ya no sos aquel ídolo, más diestro incluso que Schumager? ¿No es ésta señora que tanto te reprocha la misma que al salir del garaje ha "besado" tantas columnas? ¿No recuerda acaso que ha recibido bocinazos al por mayor en varios semáforos por aprovechar cualquier momentito para pasarse rimel en las pestañas? ¿No será tal vez que posee un don especial similar al del pibe de Sexto Sentido y como aquel veía gente muerta ella reconoce a los incapaces para conducir autos?”
En la Casa del Control Remoto un deferente vendedor se acercó y en pocos minutos luego de que ambos habíamos repetido unas veinte veces la palabra control remoto, perdí la paciencia y fastidiado como nene chico ya quería retirarme. Mientras sacaba de la bolsa los controles que parecían más nuevos, su movimiento de cabeza y su mirada iban reflejando que no servían ni para adornar la casita de Barbies de mi hija. Sugirió como solución un control remoto universal, apto prácticamente para cualquier aparato electrónico que se haya fabricado a partir de la radio a galena. Con tanta cantidad de teclas juntas no me parecía nada práctico, pero él era el experto vendedor y yo el ignorante comprador así en forma tímida para que no pensara que dudaba de su capacidad le pregunté por otra opción digamos,.. más fácil de recordar. Sin escucharme, como si yo estuviera amordazado se largó a mostrarme las miles de funciones que poseía, lo sencillo de operar la tele, el cable, el video y el dvd desde un sólo comando. El precio era algo elevado pero aclaró estaba aprobado por la ONU, la NASA, la OEA, el PIT CNT y creo que nombró hasta el CASMU. Me convenció.
De regreso a casa, tras el fracaso de luchar con manos, dientes y patadas pude abrir el blister plástico sólo a cuchillazos histéricos como Norman Bates en la escena del baño de "Psicosis". El manual tenía el grosor de la Guía telefónica y venía en incontable cantidad de idiomas incluso me pareció verlo en jeringoso del afgano, así que resultó un martirio hasta llegar al "español". De inmediato fui al dormitorio para atacar la video casetera que no uso hace años porque la única película que me queda es "Aeropuerto 1977", y cada vez que pregunto en Blockbusters por algún estreno en casete me miran como marciano. Pero el motivo principal era poner en hora su odioso reloj que no deja dormir al prender y apagar cada un segundo marcando el número 12.00. Mirada rápida al manual. No veo nada, no entiendo un pepino, busco la lista de marcas, hay miles de nombres pero no está el de mi equipo (eso me pasa por comprar marcas Guau- Guau de importadores fantasmas). "Calmate, non calentarum, respiro, inhalo, exhalo, inhalo…, presión detente, no sigas subiendo por favor" Escondida allá abajo aparece Guau-Guau. Sigo las instrucciones, y como piden todos los manuales me alejo diez kilómetros de los niños, pongo pilas al control, mirando el dibujo apunto hacia la video casetera, aprieto un botón y se enciende una luz roja, parece que vamos bien, busco de nuevo en el interminable manual, debo meter el código respectivo. El código respectivo tiene cientos de números, casi todas las letras del alfabeto y creo que hasta dos signos del zodíaco. Empiezo a insertar, me pierdo por la mitad, empiezo de nuevo, no tengo los lentes, las letras son del tamaño de prospecto de remedios. Veo un número que no sé si es seis u ocho, me juego al seis, dejo apretado el botón rojo otro ratito, se supone que ya está. Intento encenderlo, no sucede absolutamente nada. Repito el proceso pero ahora pruebo el ocho. Al instante escuché desde la calle el estruendo de la tapa del contenedor de basura cerrándose de golpe, pero enseguida reaccioné que no podía haber relación con este control, por más universal que fuera. La video casetera muerta de risa y el 12.00 burlándose de mí como diciendo:
"Ahora estoy, ahora no estoy, estoy, no estoy…….."
Pruebo con el televisor, busco el código, meto todos los números y letras, apunto, espero, sigo esperando, y como cantan los croupiers del Casino: "¡No va más……. Cero!
El miércoles regresé a preguntar al vendedor porqué su infalible control se negaba a obedecerme. Aquel hombre tan agradable a la hora de recibir mi dinero no mantenía la mínima huella de simpatía, y por increíble que parezca me exigió la garantía como si nunca me hubiese visto antes. Ninguna recreación de nuestro diálogo anterior le recordaba mi persona. Me contó que nadie se había quejado jamás y que todos sus clientes estaban satisfechos con esos equipos de altísima tecnología japonesa (que raro, el mío decía made in China). Por supuesto que no pensaba devolverme dinero además de atreverse sin reparos a mostrarme otro control, bastante más caro pero de una potencia impresionante. Si quería lo podía dejar a chequear y él me llamaría algún día pero aclarando que en el taller tardaban bastante en revisarlo porque estaban tapados de trabajo, luego pasarían un presupuesto y tal vez en pocas semanas quedaría solucionado. La palabra "presupuesto" me cayó pesada, no la pude digerir, y por la bronca que estaba acumulando se me entraron a poner los ojos colorados imaginando mi llamada cada diez días y la misma respuesta que volviera a llamar en otros diez días. Antes de pasar a fase dos (puteada), jugué la última carta diplomática con el fin de retomar su simpatía y compasión, preguntándole si por casualidad tendría algún aparato que al presionarlo hiciera callar a la suegra y la dejara congelada un ratito, qué sé yo… quince minutos, o quince años. No le saqué ni una mueca y quedó mirándome con cara de poker. Al no tener con quién hablar pasé de inmediato a fase dos, pero el hombre inmutable ni se sintió amedrentado y caminó hacia el fondo dejándome puteando sólo.
Me retiré furioso lanzando incontables epítetos soeces contra él, contra la empresa y ya que estaba, en el paquete metí a cada uno de los fabricantes y vendedores de controles remotos de este y todos los planetas conocidos, incluyendo a HOME donde vivía E.T. Apenas encendí el motor llegó corriendo desde dos cuadras un ágil sujeto quien agitaba una varita roja cual director de orquesta sinfónica, pretendiendo cobrarme por haberlo vigilado a larga distancia. Le apliqué la recontra fase dos y me retiré sin darle un mango. Decidí volver a terapia tras varios años de haber obtenido el alta sintiendo que mi carácter estaba alterado y necesitando algún consejo salvavidas. El primer tema que abordé fue mi patológica dependencia nocturna a la tele, la compulsión de tomar el control remoto apenas me acomodo en mi sillón, y estando en casa ajena si no lo veo, rastreo con la mirada viniéndome en ocasiones el síndrome de abstinencia con ligero temblor de manos. La sicóloga sugirió otras opciones: leer bastante, jugar con los niños más seguido, ayudarlos con sus deberes, ir al teatro, al cine, charlar más tiempo con mi mujer, escribirse correos con amigos aunque sean estupideces intrascendentes. Sobre esto último le conté que cada día noto a la gente y a mi mismo con menos paciencia de leer correos que midan más de veinte renglones. Me confesó le sucede igual con sus correos.
Durante tres noches estuve intentando leer un libro pero no sé si por carecer del don de concentración o porque el tema resultaba poco atractivo me distraía fácilmente, y cada vez que retomaba la lectura aparecía un tal Morgan, una señora Clarence, el hijo de ella, por ahí llegaba cada tanto un mafioso llamado Brian y tres o cuatro personajes más. Yo nunca recordaba a ninguno, quién era pariente de quién, qué hacía Morgan que se pasaba todo el tiempo viajando por negocios no recuerdo si de armas, drogas, productos porcinos o dulce de membrillo. Clarence caía en depresiones muy seguido porque Brian la había dejado por otra y ella se reunía con su amiga Helen para que la consolara. Cada noche era un estrés regresar 20 páginas para entender la trama, y lo peor que al regresar volvía a distraerme A punta de pistola me llevaron al teatro, donde se suponía veríamos una obra que la crítica especializada elogiaba ampliamente. Allí logré hacerme amigo íntimo con todos los espectadores de mi fila, pues cuando despertamos al final saludé a cada uno diciéndoles que había sido un placer enorme haber dormido junto a ellos. Con los deberes escolares aguanté a lo sumo tres minutos de la primera noche, al quedar claro que mi hijo domina mucho mejor las operaciones entre fracciones, y tanto al Máximo Común Denominador como al Mínimo Común Múltiplo yo ni los recordaba aunque me hubiesen hecho juntas las pruebas del Pentotal y el Polígrafo. Cuando tocó el dictado del libro de inglés, ni bien leí dos frases mi hija menor empezó a reír burlándose por mi acento en cada palabra. En la liga de defensa al consumidor me dieron hora recién para dentro de seis meses, y como ya se me perdió la tapita del súper control universal no tengo idea qué comprobante voy a llevar para lograr que me devuelvan el dinero. Hoy puse todos los controles remotos en Coca Cola porque escuché el rumor hace años que era la solución para sacarles el óxido. Veremos si logro salvarlos antes que se vuelvan adictos, o descubra que tal vez los puedo recuperar con Pepsi, Fanta naranja o un buen tinto cortado con Sprite.