Por las calles de Montevideo
Vivo en un edificio donde los fines de semana no hay manera de dormir aunque sea hasta un rato más tarde. Los sábados se instala la feria y desde la madrugada los camioneros arman sus puestos a grito pelado, amparados por la oscuridad lanzan contra la vereda los caños de las carpas sin la mínima delicadeza, mostrando indudable resentimiento contra quien esté descansando. A ellos se les suman los noctámbulos hurgadores quienes con puntualidad inglesa cabalgan con sus robustos equinos tan bien alimentados, y estos mantienen rítmico trote golpeando los cascos sobre el pavimento que de a poco me va taladrando los tímpanos. Para ponerle la cereza a la torta, los vecinos del piso de arriba que son como ocho y nunca se conforman con la disposición de su hogar o quizá se ganan la vida dando clases de Feng Shui, pasan desde temprano y hasta cualquier hora de la noche empujando muebles en todos los dormitorios y en todas las direcciones. Si bien ya estoy resignado a esta rutina, cada sábado me acuesto con la ilusión de despertar a las once pero cada domingo mis hijos tiran abajo esa ilusión, y este último domingo no fue la excepción. Sin fuerzas ni para despegar los párpados, desde las nueve tuve que bancar en la tele varios dibujitos animados bastante tontos, aunque el peor por lejos es Dora la Explotadora (quien le compró al mono unas botas rojas espantosas que además le quedan cinco números más grandes, por eso en cada capítulo para desquitar su inversión hace laburar al pobre animalito mientras ella no mueve un dedo).
Al llegar el mediodía hacía horas que sin hacer nada seguíamos dando vueltas en casa, cuando mi señora propuso llevar a los pequeños a tomar aire. La expresión" tomar aire" siempre me ha generado la duda existencial: ¿entonces qué toman mis hijos el resto de la semana para oxigenar sus pulmones? Y si el aire de casa esta viciado al punto que corren riesgo de perder el conocimiento, ¿no sería mejor cada tanto levantar las persianas o abrir alguna ventana?
Para respetar la tradición y jerarquías familiares se me ordenó meter al auto una gama completa de accesorios como para cubrir cualquier cambio climático posible en las siguientes 3 horas:
Bolso con cientos de baldes, moldes y palitas playeras; monopatín, pelota y bicicletas por si arrancábamos al Parque, sin descuidar el rubro Abrigos: buzos, camperas, pilots y paraguas ante posible huracán categoría cuatro proveniente del Caribe. En mi ropero quedó sólo la frazada rota que usamos para planchar. Ni miras de salir y el reloj ya marcaba la 1pm, ahora restaba la incertidumbre de cuánto le llevaría a la patrona pintarse los ojos. De veras me cuesta entender por qué las mujeres se maquillan tanto los domingos, y mucho menos entiendo que se echen un frasco entero de perfume cuando caminan por la costa o van solas al Super. Muchas incluso previendo encontrar amigas en el Shopping visten ropas estrafalarias tipo sábado a la noche, y si en alguno de esos encuentros las otras le llegaran a ponderar su elegancia (sea por error o milagro divino), ellas con el ego por las nubes pero fingiendo humildad responden que agarraron casualmente lo primero que había en el placard.
Siendo la 1y30pm cargados hasta el techo partimos en busca de la Rambla, enseguida bajé los vidrios para que ingresara el tan necesario aire, motivo central de nuestra salida. Al llegar a Avenida Brasil y a pesar de tener el semáforo en verde una caravana de autos adelante nos hacía avanzar en cámara lenta. Cientos de jóvenes y no tan jóvenes enarbolando banderas y propaganda política de todos los partidos, metían casi de pesado papeles hacia adentro de cada coche. Claro que nadie me obligaba a agarrarlos pero sentía notoria presión psicológica con la mirada, como acusándome de traidor a la patria si no les recibía la propuesta. Por razones desconocidas en cada período electoral me da bronca y más que nada pena ver tanta gente bajo sol abrasador dedicando su tiempo libre para promocionar a candidatos presidenciales, pues si éstos llegan a obtener algún cargo público nunca se acordarán ni de contestarle las llamadas a aquellos ilusos colaboradores.
Luego de atravesar ese peaje quedaron dentro del auto cientos de panfletos que durante varias cuadras después de a poco fui lanzando por la ventana sin que nadie lo notara (no quise aquí darle pie a mi esposa en repetir que siempre estoy dando el mal ejemplo).
Seguimos nuestro paseo arrancando los menores con su cuota diaria de peloteras por cualquier motivo, en minutos el "callate tarado o callate estúpida" eran moneda corriente de intercambio. Si en las curvas la pierna de uno rozaba la del otro, era suficiente para que el damnificado aullara que se corriera el otro idiota. Empecé a buscar por cada rincón del cerebro (zona imaginación) cualquier idea que retornara a la armonía, pero no logré encontrar ni una, por eso tras experimentar con cuánto aparato a cuerda o a pilas que haya en el mercado, puedo afirmar con autoridad que ni todos los genios japoneses y chinos juntos han logrado fabricar hasta el momento alguno que me dé una mano aunque sea por cinco minutos.
Mi esposa me tiró el fardo, aún sin decir una palabra pude leerle el pensamiento:
_"Yo me los banco toda la semana, ahora hacete cargo y ocupate de ser padre por un rato, así sentís en carne propia cuando te cuento que me sacan de quicio".
Puso el MP3 al mango y se dedicó a limar y pintar sus uñas en forma displicente, como si estuviera en el Spa del Conrad usufructuando un voucher de garrón.
Me había dejado sólo contra el mundo. Intenté desviar la atención abriendo con el clásico veo-veo de emergencia preguntando por una cosa que empieza con M y termina con R. Silencio general (bien, por lo menos algo conseguí). No iba a darme por vencido así nomás, continuando con una que empieza con A y termina en S. Nada. ¿Qué tal si empieza con S y termina en O? Mi ansiedad iba creciendo al punto que ya me servía cualquier respuesta, incluso cuando nombré una cosa que empieza con R y termina con S, la menor dijo "reloj", respondí con fuerte exclamación que había acertado. Me desenmascaró su hermano mayor y perdí toda credibilidad. Probé jugar mi última carta con el pegadizo canto de "La cucaracha", pero en segundos debí cortarla al percatarme de que nunca aprendí como seguía la letra después de" las dos patitas de atrás".
Haciendo una reflexión, todo padre busca para a sus hijos la mejor educación posible y enseñanzas propias tratando de que ellos las asimilen así poder enfrentar las dificultades en la vida cuando sean adultos. Pero ya que mi capacidad pedagógica había resultado bajísima (en realidad nula) y al reiniciarse el conflicto no encontré otro recurso que tirar la toalla, desconectarme mentalmente y que se reventaran el tiempo que quisieran. A partir de ahí me dedicaría a disfrutar del paisaje, admirar autos nuevos, la gente en la playa, mucha cola less, las olas, un par de tablas de wind surf navegando a gran velocidad, cuando no recuerdo exacto si fue entre Malvín y Punta Gorda o en Carrasco, en una de las pescaderías clásicas sobre las rocas me llamó la atención el pizarrón donde escriben con tiza:
Hay Corvina,
hay Pejerrey y Majuga
en cambio rezaba: HOY ÑOQUIS.
A través de los años he visto anuncios raros y comido en lugares muy atípicos por las calles de Montevideo, pero esto superaba todo lo anterior.
Los nenes fastidiados de viajar y con ataque repentino de hambre, seguían los gritos, mi esposa se sacó auriculares entrando al ruedo con descontrolados alaridos para imponer orden, yo que no soportaba un minuto más. Hice bajar a todos en busca de algún suceso sobrenatural que me ayudara, pero también por el espíritu aventurero y la enorme curiosidad de comer ñoquis en una…. Pescadería.
Al frente, sobre la mesada cubierta de azulejos blancos una doña regordeta fileteaba merluza con maestría frente a la admiración del público, luego colocaba las postas sobre esa apócrifa balanza igual a la de verduleros en ferias barriales que siempre marca mayor quilaje para poder arrancarles unos pesos extras a incautos compradores.
Abriendo al medio una corvina y sin levantar la mirada nos señaló el caminito de hormigón con bordes mal terminados que conducía hasta el restaurante. Al fondo ya en la arena dos parejas y varias familias sentadas alrededor de añejas mesas metálicas, todas ellas con agujero central para la sombrilla, parecían haber sido el tradicional mobiliario del RODELU de Malvín durante su esplendor en los sesenta, pero muchos años después por el ataque constante del viento, la arena y el agua salada, habían quedado tan oxidadas que antes de apoyarle encima cualquier alimento seguro los mozos nos darían un refuerzo de la antitetánica.
El "comedor" era perimetrado por cuatro troncos enterrados en la arena y sobre ellos un grupito de cañas atadas entre sí al mejor estilo a la que te criaste intentaban crear un techo que bloqueara el pasaje de los rayos solares, pero los rayos solares ese día estaban muy rebeldes y se negaban a obedecer.
Nos acomodamos en la única mesa disponible llena de platos con restos de comida, cubiertos desparramados, botellas de a litro y algunos vasos con poco líquido. De no sé dónde surgió un mozo de aparentes setenta años luciendo incipiente barba de tres días, piel quemada y manos agrietadas de tantas salidas al mar en chalana. Calzaba unas Sorpasso bordeaux desteñidas modelo " habitante de la Costa de Oro 1970", short negro y camiseta blanca que por ser dos talles menor o haber encogido demasiado dejaba al aire libre una franja del voluminoso vientre, con la sensación que su ombligo saldría disparado en cualquier momento como tapón de sidra a fin de año. El hombre se puso a hacer algo parecido a limpiar. Digo parecido pues con un fregoncito atorrante bastante oscurecido de tanto trajín desplazaba y juntaba las migas en un rincón, enseguida las arrastraba con golpe cortito y veloz hacia la arena para que las aves lugareñas finalizaran la tarea. Además de usar el cabello muy largo y haberlo peinado por última vez hacía tiempo se notaba que tampoco lo arrimaba habitualmente a la ducha, mucho menos al champú, por eso cuando se inclinaba hacia adelante caía sobre la frente un mechón largo y espeso tapándole todo un ojo, esto lo convertía en una especie de Flogger jubilado. Y al limpiar mi sector de la mesa quedó quieto por un instante de perfil, viendo en primer plano su oído derecho estuve tentado a preguntarle si era familiar directo de Madame Tussaud o sólo frecuente proveedor del Museo.
¿Qué le pediríamos para almorzar? : Por supuesto, la especialidad de la casa.
Cinco minutos de espera…
diez…
quince….
Cuando dejó los cubiertos, al distribuirlos me di cuenta que no había ni dos del mismo juego, y los vasos tenían más huellas digitales que la sección cédulas en el Ministerio del Interior.
Mi barriga había comenzado a hacer ruidos como si el Alien quisiera escapar. Para calmarlo saqué de la panera dos grisines, aunque por la humedad que traían apenas di el primer mordisco tuve que desatar y aflojar los championes porque se me habían hinchado los juanetes.
Igual que en el Montevideo colonial, habían dado las tres y continuábamos serenos, ni noticias de aquellos ñoquis. Los pájaros siguiendo atentamente nuestros movimientos de a poco se venían más y más encima (¿creerían tal vez que tengo vínculos con Hollywood y me encontraba haciendo un casting para Alfred Hitchcok?) Sin amedrentarse por la proximidad los nenes decidieron lanzarles varios pedazos de pan, pero estos estaban tan duros que al segundo lanzamientos casi desnucan a un gorrión, mientras que a una joven gaviota se le trancó un miñon en el cuello y se puso a agitar la cabeza en forma descontrolada, mezcla de estar poseída por espíritus malignos y haber quedado pegada a un cable de subestación. Igualmente se alejó volando pero intuyo al ratito debió morir asfixiada, a menos que otra gaviota amiga le haya hecho respiración pico a pico.
Se produjo el ansiado milagro, llegó doña fileteadora quien pasaba a oficiar de moza, y cuando iba sirviéndonos los platos vi que tampoco era muy proclive a la limpieza, teniendo su dedo gordo algo hundido en el tuco y varias escamas colgándole del meñique. Lucía el mismo delantal del sector "pesca", con cuantiosa mugre acumulada en tantas jornadas laborales, era evidente que no volvería a verse blanco ni fregándolo día y noche durante tres meses seguidos con el jabón de la descarga. Acá estábamos regalados. En un rezo silencioso me encomendé al supremo creador para que condujera cada ñoqui en forma amable por mi aparato digestivo, desde su ingreso hasta la transformación final, y por favor no olvidara exterminar la multitud de bacterias que nadando alegremente en ese tuco nos causarían una inevitable diarrea.
Pinché el primer bocado…. (Análisis de las papilas gustativas)……. ¡No lo podía creer!….. ¡Maravilloso! Un exquisito sabor acompañado de suave salsa pomarola como pocas veces había probado y como sólo un selecto grupo de mortales conoce el secreto de su preparación. Mi porción voló en instantes, pero como ambos hijos dejaron más de la mitad me causó enorme pena que tanta comida fuera tirada a la basura, así contra mi voluntad y en especial contra la de mi señora traté de picotear sólo unos poquitos. Charlando de bueyes perdidos sin darme cuenta desaparecieron en un santiamén. Mister old fat Flogger vino a ofrecer flan casero que debí rechazar por encontrarme ya próximo al esguince estomacal, entonces sacó del short un papel prácticamente higiénico lleno de garabatos y jeroglíficos, esto me aclaraba definitivamente que la empresa jamás aportó ni aporta medio centavo a D.G.I. Le pagué, pero de inmediato se me juntaron la rebeldía genética (segura herencia de padre, madre y/o tutor) más la bronca de haber tributado un impuesto que los dueños se meterían al bolsillo, la cosa se había transformado en relajo pero sin orden. Y para no sentirme tan sumiso, tan corderito como aquellos que odian armar escándalo en los restaurantes, le pedí irónicamente hiciera una factura a nombre de Evadil S.A. e inventé cualquier número de RUC. Con el "ya se la traigo maestro" a flor de labios partió raudamente hacia adentro, si bien ambos sabíamos que ni tenía facturas y demoraba adrede especulando que el calor sofocante nos obligara a marcharnos. Yo trataba de resistir, no me iba a doblegar así nomás. De pronto lo detecté observándome sigilosamente tras la banderola del baño, y al cruzarse nuestras miradas se escondió raudamente. Yo seguía tratando de resistir, y decidido en ir a encararlo me frenó el "vamos" sistemático e incansable de cada familiar, que además les importaba un bledo si me traían o no una factura. La presión fue demasiada, mi resistencia hacía agua por todos lados y estaba casi hundida. A otra cosa, la derrota era inminente. Resignado me levanté para irnos, pero ni bien me puse de pie noté el endurecimiento y tamaño de mi barriga, así junto a todo el personal de la pescadería nos encontrábamos a "punto caramelo" para servirle como fuente de inspiración a Fernando Botero.
A partir del momento en que ingresamos al auto ya ni me importaba divertir a nadie, la única meta había pasado a ser una siesta gigante y daba igual si en las siguientes 24 horas el planeta entero explotaba en mil pedazos.
En el momento que abrí la puerta de casa mi señora nuevamente razonó con mayor rapidez y corrió hasta el dormitorio declarándose completamente agotada (nunca supe por qué). Me topé con la bolsa de cuatro películas alquiladas hacía una semana, como es habitual no había visto ninguna y se estaban acumulando multas cual taxi esperando en la calle desde hace una hora. Iba a salir despavorido a devolverlas, pero cierto click en la cabeza me hizo bajar un cambio recordando que ya era tarde, en Blockbuster nunca me dieron ni diez segundos de tolerancia y seguro estarían con la olla humeante listos para cocinarme.
Mis hijos con sobrado dominio del Manual de psicología para manipulación de padres, abrieron el Capítulo I:
Formas de impostar voz de pollito mojado para acompañar a papá en los mandados. (Se debe reiterar la solicitud hasta una total inflamación testicular paterna. Hay que finalizar cada frase con la palabra porfi)
Y cuando nos fuimos del videoclub pasaron a Capítulo II:
Cómo lograr que el muy gil nos lleve al Parque infantil.
Me comí estoicamente seis vueltas de calesita, cuatro de pista Monza, dos en tren fantasma y una del gusano manzana que no sabía lo habían reformado y ahora anda a más velocidad que esos inconscientes choferes de camionetas transportando escolares. Debí pedir que detuvieran el juego ya en el primer giro porque los nenes con los pelos de punta estaban llorando a mares, aunque esto fue excusa ideal para cortar el flujo de consumos y salir corriendo. Volvimos al anochecer. El auto, que fue lavado a fondo el día anterior tenía esparcidos entre el asiento trasero y gran parte del piso casi todo el pop, pedazos mordidos de churros con azúcar más la Fanta entera bañando el tapizado. A esa altura me asemejaba mucho a una piltrafa humana, mirándome al espejo con ese doble juego de ojeras bajo cada párpado inferior ni me reconocí pensando se trataba de otro señor, muy parecido pero diez años mayor. Sin ganas ni de cenar me arrastré como pude hasta la catrera. .
El próximo domingo no sé qué voy a hacer para distraer a los nenes, confío que caiga una fuerte tormenta acompañada de relámpagos y granizo así dejo tranquila a mi conciencia. Pero a la hora del almuerzo si llego a tener antojo de pescado, sin dudarlo voy a llamar a La Spezia y a La Sin Rival preguntando a cuánto están vendiendo el kilo de brótola.
lunes, 19 de enero de 2009
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