jueves, 13 de diciembre de 2012
>A la búsqueda del fútbol perdido
Habían pasado ya más de 25 años desde que dejamos de jugar el fútbol los domingos, o mejor dicho, desde que el fútbol nos dejó a nosotros.
Éramos en ese entonces un grupo de jóvenes entusiastas que habíamos vivido en el mismo barrio, y con más ganas de divertirnos que de salir a lograr campeonatos, pues la mayoría contábamos con pocas aptitudes para llegar lejos en este deporte . Así fundamos el Playa Verde y nos inscribimos en la divisional “D” de la Liga Universitaria, donde en ese entonces ingresaban todos los nuevos equipos, categoría en la cual a través de los años supimos estancarnos sin vislumbrar jamás chance alguna de lograr el ascenso. Pero como dije nuestra idea era pasar bien, no la de formar un equipo profesional, a tal punto que la consigna fue siempre la misma y nunca cambió con el pasaje de los años: Ir a los partidos sin practicar jamás entre semana. Para complementarlo la mayoría fumábamos como chimenea, y de los 18 integrantes del plantel casi nunca lográbamos juntar once que se despertaran temprano los domingos, pues los partidos comenzaban a las 10am. Cada semana a Fernando, un exquisito del fútbol, había que sacarlo de su cama en piyama, haciéndole todo tipo de negociaciones y torturas sicológicas para que se fuera vistiendo en el auto. Entraba a la cancha dormido…….. y ni que hablar borracho. Durante los nueve años que pasé a buscarlo nunca se salteó un sábado sin la dosis correspondiente de whisky, ron y vodka, creo que no se lo permitía su religión ni su máximo guía el venerable Mamerto I, gran maestro 33 grados de alcohol en sangre.
Nadie sabe cómo ni por qué a Enrique se le ocurrió juntar de nuevo al equipo con la idea de inscribirlo en un campeonato para veteranos. Así fue que nos convocó, uno por uno se encargó de llamar a todos. Al principio me pareció una locura, porque no entendía como este grupo de sesentones se animaría a regresar a una cancha. Pero por otro lado estaba seguro que a todos les picaría el bichito de entrar al túnel del tiempo, volver a encontrarse con aquellos que habíamos compartido tantos momentos lindos, tantas alegrías de triunfos, tantas tristezas de derrotas, tantas cervezas con muzzarella en pizzerías atorrantas luego de cada partido.
Así fue que nos reunimos en una parrillada de Carrasco donde teníamos reservado un apartado para veinte personas. Luego de los abrazos iniciales, el protocolo marcaba la obligada reiteración por enésima vez de las mismas anécdotas, acompañándolas con fuertes risotadas del grupo entero al final de cada historia. En poco rato cuatro Chivas y tres Johnnies supieron evaporarse como agua en el Sahara,….y recién estaban llegando lo primeros chorizos picados.
Una rápida mirada general me dio la tranquilidad de que el tiempo había pasado también para cada uno de ellos “Todos hechos puré igual que yo”, pensé. Algunos peinaban canas, pero la mayoría ya no teníamos lo qué peinar. Los talles de cinturas más que aumentar sus tamaños, se habían disparado a dimensiones insospechadas. Cualquier cirujano especialista en liposucción se podía hacer un festival con nosotros. Aquel grupo de jóvenes atletas se había convertido en un cardumen de cachalotes arrugados, y todavía con ridículas pretensiones de volver a correr detrás de la pelota. Enrique había ya “calentado los motores” y nos planteó entrar al campeonato nocturno para mayores de 40 años los jueves de cada semana en una cancha de Malvín. Nosotros habíamos dejado esa edad hacía ya mucho, pero los campeonatos de veteranos no se pueden hacer a medida, así que debíamos adaptarnos a la oferta, tomarlo o dejarlo.
Varios, con buen criterio hacían llamados a la reflexión, que la idea era de locos, que ya no poseíamos estado físico ni para correr detrás de un cheque, y el riesgo de fractura era muy alto. Ni que hablar que todos lucíamos las rodillas, los cuádriceps y los tobillos en condiciones lamentables, por no querer investigar de quien tuviera gota, várices, sordera o reuma. Otros no se animaban a reconocer que no sabrían como zafar de la patrona ni qué excusa darle para llegar a cualquier hora. Eso sí, lo que abundaba era la cantidad de voluntarios para ejercer la dirección técnica o ser delegado en las reuniones de dirigentes, y como de costumbre lo que escaseaba era la de arqueros. A través de los años los muchachos que nos habían acompañado en esa posición, todos tenían la cualidad en común de contar con poca orientación a la hora de evitar el gol rival. Y ya que lo recuerdo mejor, fueron demasiadas las veces que mordimos el polvo de la derrota por no haber encontrado un vocacional del arco, alguien con nociones mínimas. Siempre nos guiaba más la cordialidad, saber que el puesto de golero es algo muy ingrato, por eso nunca nos animábamos a reprocharles nada. Igualmente la mayoría de ellos al darse cuenta de sus limitaciones, uno tras otro nos iban abandonando. A un tal Carlos le pedimos que no se retirara, que haber recibido veinte goles en cuatro partidos sólo había sido una mala racha. Pero se marchó de todas maneras y en el fondo sentimos un alivio mayúsculo.
Hasta que cierto día Ciro anunció que no buscáramos más, que él sería quien custodiaría nuestro arco. Así, sin mayores preámbulos de defensa pasó a proclamarse arquero. No sé, supongo que una noche estaría haciendo espiritismo con amigos y se le apareció el fantasma de Lev Yashin, quien le encomendó que a partir de ese instante su misión en el fútbol sería la de atajar. Y Ciro obedeció a rajatabla. ¿Habrá empezado a sentir que su cuerpo quedó poseído por el espíritu de la “araña negra”? Durante años se mantuvo bajo los tres palos, y nadie le jaqueó ese lugar ni hasta el último partido en que finalizamos nuestra participación en la Liga Universitaria.
Dentro de la parrillada seguían las risas y anécdotas mientras se empezó a juntar el dinero para las camisetas, y no hubo dos opiniones al decidir que el color y diseño sería el mismo que el de nuestro glorioso Playa Verde: Blanca con rayas verdes horizontales similar al Celtic de Escocia.
Tres horas más tarde se aprestaban a cerrar y los mozos en forma educada, como no queriendo la cosa se pusieron a levantar sillas y colocarlas sobre las mesas linderas, con la experiencia de saber causar el mayor ruido posible para sacar de ambiente a los comensales. Ayudándolos en esa ceremonia de expulsión velada, el dueño se puso a bostezar con rugidos más alarmantes que los del león de la MGM. En cada uno daba la sensación que se tragaría todo el oxígeno del salón.
Retirada.
Aquellos que estábamos sobrios nos tocó la noble tarea de llevar al resto a sus hogares.
Pablo y Fernando se abalanzaron sobre mi auto. Pablo entró murmurando frases inentendibles, y me pareció que nombró alguna calle conocida Me largué hacia esa calle y cuando estábamos cerca, a pesar de mis simples preguntas él seguía con sus murmullos incoherentes y se dormía nuevamente. Le sugerí si podía hablarme con subtítulos en español. Más murmullos.
Media hora estuve dando vueltas por la misma estación de servicio y tres veces pasamos por su casa sin saberlo, hasta que en la cuarta al ver al perro en el jardín, lo señaló y lanzó tremendo grito. Lo tuve que llevar en andas hasta apoyarlo sobre la puerta. Toqué timbre y esperé. Al encenderse la luz del porche salí huyendo.
Con Fernando no había problema porque sabía su dirección. El pequeño inconveniente fue que al agarrar un lomo de burro la bestia se vomitó parte encima y el resto en casi todo el asiento trasero. El aroma que invadió el ambiente fue indescriptible, por más de que abrí las ventanas no tenía hacia donde escapar ¡Lo que hubiese pagado en ese momento por una escafandra de hombre rana!
Frené frente a su casa y tratando de respirar lo mínimo posible abrí la puerta trasera, quise ayudarlo a bajar mezcla de solidaridad por el compañero indefenso con asco por no saber qué parte del cuerpo agarrarle sin que me vinieran arcadas. Él roncaba a pata ancha a lo largo del asiento. Esbocé un tímido “vení que te ayudo” con la esperanza que se bajara por sus medios. Nada. Con dos de mis dedos le tomé su meñique, pensando ingenuamente que iba a lograr incorporarlo y sacarlo. No se movió ni un centímetro. Lo solté y la mano le cayó como podrida. Repetí la frase sin elevar la voz para evitar que salieran los vecinos a denunciarnos. De milagro apareció su joven cuarta esposa que en un acto de diplomacia y en especial de buenas costumbres empezó a zarandearlo a puro grito e insulto.
Al llegar a mi casa corrí a la cocina, tomé un repasador, lo empapé con desodorante Rexona y me lo puse sobre cara atado en la nuca estilo asalto a la Diligencia en el far west. Estuve así casi una hora mientras manguereaba todo por dentro, pasando a los asientos trapo de piso con jabón líquido, luego tiré poet, cif, perfumol, míster músculo y hasta un frasco entero de Listerine mentol.
Caí en la cama desmayado. A las 8am el despertador no tuvo piedad de taladrarme el oído, y yo que no lograba mover ni los párpados. Llegué al trabajo totalmente grogui y hasta el mediodía no pude averiguar ni dónde estaba, ni cuál era mi tarea ni cómo me llamaba.
Faltando dos días para el partido inaugural recordé que no tenía ningún elemento para practicar fútbol. Al no encontrar en informes de guía la dirección de Francisco Sanz ni Deportes Siré, decidí hacer la segura arrancando para el Shopping.
Entré a un local donde la música no me dejaba escuchar ni mis propios pensamientos. La idea era comprar zapatos sobrios negros, como los que usábamos los recios jugadores de antes, como los del negro jefe, como tanto ídolos de la rica historia futbolística de nuestro país. Aceptaría como máximo un par de tiritas blancas al costado, y me servía cualquier marca o modelo. Le pregunté al vendedor si tenía a los afamados “Goleadores o Sacachispas”. No sé si me pareció que contestó” ¿qué?” o sólo me quedó mirando sin hablar y yo había imaginado el movimiento de sus labios, mientras me señalaba la pared donde exhibían una gran variedad: Rosados, blancos con rojo, fucsia, verde eléctrico, gris metálico con azul aún más eléctrico, y unos dorados que si los anteriores resultaban eléctricos, estos eran como enrollarse en los pies cuatro anguilas rabiosas.
¡SOCORRO!!!!!!!!
Sólo para hacerme el aggiornado pedí probar unos naranja flúo. Al enfrentar el espejo pensé en mandarme un pique y salir corriendo a máxima velocidad para intentar emular a mi ídolo de historietas FLASH.
A esa altura estaba en medio de la compra, el pasar de los minutos me iban bajando la guardia, ya cualquier color me daba igual. Para abrir la cabeza a la modernidad solicité un par de blancos talle 45. Los calcé, até los cordones y otra vez al espejo. En ese momento me invadió una duda: No sabía si pedir una pelota para hacer jueguito o pararme en puntas de pie, tomar de la mano al vendedor, rodearle su cintura con el otro brazo y salir a mostrar mis destrezas para ese vibrante Pas de Deux, con entrée, addagio y coda en el Lago de los Cisnes.
Los únicos potables resultaron unos negros con celeste y verde.
_Me llevo estos dije, y le pregunté cada cuánto debía engrasarlos. Otra vez me quedó mirando atónito, como si le hubiese hablado en chino. ¿No entendía nada este tipo?¡¡Que pocas luces!! .¡ Cada cosa que le preguntaba sobre algo fuera de su libreto, él adoptaba la actitud de pasmado absoluto!.
_ Perdoná, respondió, no te escuché ¿qué dijiste?
En el aire capté que quizás ya no se les pasa más grasa vacuna para proteger el cuero luego del partido
_ No nada, te consulté cada cuánto hay que lus-trar-los, y me fui raudamente hacia la caja sin esperar respuesta.
El día del debut reconozco que estuve nervioso toda la previa esperando la hora del encuentro. No sabía si habría donde cambiarse, pero por si acaso preparé el bolso con la nueva camiseta, medias blancas, jabón, champú, toalla, desodorante, talco, calzoncillos de repuesto, jogging, buzo de abrigo, y……….y en ese repaso mental me había olvidado de comprar pantalón corto. Ya no había tiempo así que metí el short de baño azul, que seguía agujereado en el bolsillo izquierdo a pesar de mis pedidos durante tantos veranos para que alguien en casa se apiadara y me lo cosiera.
Tampoco iba a hacerme tanto drama, si durante todos campeonatos que disputamos en aquellas épocas jamás habíamos logrado que tres jugadores aparecieran con el mismo color de short. Hasta recuerdo a Julio con aquel “Paterson” a rayas finitas, rojas y blancas que a su vez cumplía múltiples funciones: Playa, asado, fútbol o excursiones al Cerro del Toro. Y me queda claro que el fabricante nunca se preocupó en medir los moldes al cortar la tela, ya que cuando cualquier usuario apenas se agachaba, en forma inmediata aparecía el comienzo de “la raya”
EL PARTIDO
Llegamos como siempre, en cuatro autos. Se disputaba en la cancha de una fábrica cuyos gerentes organizaban desde hacía años campeonatos nocturnos. El escenario no resultaba muy profesional que digamos. A ojo de buen cubero sus medidas eran bastantes pequeñas, tanto en el largo como el ancho, más bien parecía de voleibol. No todas las zonas alumbradas con nitidez, en realidad había pocos espacios donde se veía algo nítido, o mejor dicho, no se veía nada. Cuatro columnas sostenían seis portalámparas cada una, donde varias bombas de mercurio de 500 hacía tiempo se habían quemado sin que nadie expresara voluntad de cambiarlas. Perfecto, acá podíamos también jugar a las escondidas. Hasta me sentí tentado en gritar “paso la piedra y no la recibo”
El césped tampoco mostraba dedicación, si es que alguien tenía asignada esa tarea. El verde apenas cubría la mitad del terreno, y por las intensas lluvias la cancha estaba completamente embarrada. Así las áreas chicas se habían convertido en dos hermosos chiqueros para chanchos, el resto recordaba un paisaje lunar.
Los travesaños de los arcos eran curvados hacia abajo y las redes fueron remendadas varias veces con cuerdas de distintos colores. Todo eso me deprimió bastante, no sé por qué pero me hizo volver a los años que jugábamos en la playa y fabricábamos los arcos con las ojotas enterradas en la arena, y cada vez que la pelota pasaba sobre una ojota se armaba flor de discusión durante varios minutos si había sido gol o no.
Nuevamente los abrazos iniciales, la nueva pelota, la magia y el magnetismo que tiene un campo de fútbol nos hizo olvidar rápidamente las contras. Volvíamos al ruedo, otra vez el Playa Verde en un partido de fútbol, como antes, como siempre, como en tantos domingos de aquellos años juveniles, esta vez con la pequeña variante de estar representado por su división geriátrica.
Los organizadores nos señalaron una bella construcción de bloques pintados con brocha gorda a la cal, techo de zinc puesto encima a la como caiga, y escrito en letra infantil la palabra VESTUARIOS. Cuatro banquetas de madera despintadas para cambiarse, tres caños oxidados doblados en la punta sin las rosetas oficiaban de ducheros , uno de ellos chorreando agua que al caer producía un ruido torturante. Para evitar sorpresas luego del partido, probé las canillas con la letra ce y las dejé correr dos minutos. Helada. Esto arrancaba mal, aquí nunca hubo intención de instalar una caldera.
Estábamos todos: Edy, Alejandro, Enrique, Daniel. Odegar, Ciro, Julio, los dos Nelson, José María, José Pedro Heber, Pablito, Fernando y yo. A último momento cayeron los dos Gustavos, recios marcadores de punta que la falta de habilidad con la pelota siempre supieron suplirla buscando el fémur, la tibia y/o peroné del rival que se acercara a sus dominios. Este par de depredadores ingresaban a la cancha con la casi garantía de ser expulsados en pocos minutos
De pronto entraron como tromba veinte jugadores del equipo rival y se pusieron a hacer todo tipo de ejercicios, dando piques repentinos y aflojando, piques y afloje. Pasaron a abdominales, isométricos, estiramiento de cada uno de los músculos, todo ante la atenta supervisión del preparador físico. Me fatigué sólo de mirarlos, y me percaté que también eran veteranos…… de 42 años el mayor de todos. Pero el reglamento permitía hasta 2 jugadores menores de 30 años por equipo, por eso Enrique trajo a su hijo Dieter para que nos diera una mano. Ellos también se vinieron con dos chicos de 19 años de aspecto más que saludable.
Nelson comenzó a dar instrucciones desde afuera, y hasta acomodó a su lado un bolso con pretensiones de botiquín, aunque nadie le prestó mucha atención porque existía aún en ese momento un vacío legal y no sabíamos quién ostentaba el poder.
Apareció el juez, con pinta de haberse jubilado del referato hacía años, pero también de haber encontrado la excusa perfecta para evitar ir a su hogar una noche a la semana. Grande y gordo, más gordo que hasta el propio Edy, nuestro adulto mayor más mayor y más obeso que todos los presentes. Pero a favor de Edy hay que reconocer que siempre fue el mejor referente a la hora de defendernos en el juego aéreo.
Sin siquiera mirar o escuchar a Nelson, Enrique nos reunió en un rincón y brindó las instrucciones finales
_ Busquemos siempre a Heber o a Nelson cuando encontremos la pelota, porque son quienes mejor pueden distribuir el juego. Y cuando ellos atacan vamos a tratar de esperarlos bien plantados. Empezó el partido. Con el correr de los minutos nos dimos cuenta de que si había algo que no sucedía era que encontráramos la pelota, por tanto mucho menos a Heber y a Nelson , quienes llegué a pensar estarían escondidos en los vestuarios o dentro del auto chateando por Facebook,. Sí estábamos bien plantados, porque los rivales pasaban corriendo a nuestro lado y nosotros éramos como árboles que los miraban jugar solos.
A veces cada tanto se producía cierto milagro y Heber recibía la pelota. En una ocasión le gritó a José María, nuestro delantero más joven y veloz, para que picara al vacío y le lanzó el balón. Pero José María había también pasado a jugar en lo que en cine se conoce como Slow Motion. Nunca llegó a la pelota y el arquero rival la agarró tranquilamente.
Era difícil para cualquiera afirmarse por el barro, pero en especial mis tapones dejaron de cumplir su función y en pocos minutos pasé a patinar como bajando slalom del Cerro Catedral en Bariloche. Además descubrí que a cierta edad la orden que da el cerebro el cuerpo se niega a obedecerla. Creyendo llegar bien a la pelota caí varias veces y mi espalda quedó negra de barro. Antes de terminar el primer tiempo ya ni se me veía el número.
Pero un deportista de toda la vida no pierde las mañas. A falta de capacidad física apelé a la pulmonar, dándole gritos de aliento a todos, en especial a Dieter nuestra joven promesa que se debatía sólo contra el mundo. Le decía:
_Vamo, cortate por el lateral, picá en diagonal, no le des changüí al líbero. Cuidado con “la boba”
En el entretiempo el padre me vino a informar que Dieter no quería faltarme el respeto, pero le preguntó si yo le estaba hablando en guaraní porque no me entendía nada.
Primer tiempo, sacaron un obol la agarró un flaco que se largó a correr y no parecía el hijo de viento, creo que era su nieto. Salió expreso hacia nuestro arco mientras los defensas lo único que pudimos hacer fue mirarle el número en la camiseta. Gol. Otra vez a extraer viejas mañas del baúl de los recuerdos. Todo el Playa Verde pegando alaridos de orsey, orsey!!!! con la mano levantada. Chau, si alguno de nosotros levanta la mano el árbitro está obligado a cobrar orsey. Sólo marcó el centro del campo. Arrancamos como siempre lo habíamos hecho: En malón y yéndonos encima para amedrentarlo
-¡¡¿No viste el orsey?....¿estás ciego? ….¡¡¿por qué no te ponés lentes?!!!!
Se mantuvo quietito, boca cerrada. Nos miraba fijo a los ojos con cara de sicópata primo hermano de Manson. Esperó otros 30 segundos que nos aburriéramos y se largó a repartir amarillas al por mayor, y hasta aclaró que si alguien tenía algún problema personal, de a uno lo arreglábamos afuera. Everybody al mazo.
Siguió el partido, Julio trancó la pelota con un rival mejor afirmado y voló despedido. Cayó cual saco de papas, no se movía. Enseguida corrimos a asistirlo pero nuestro médico jugador Daniel se puso a gritarnos:
-No lo toquen! no lo toquen!, repetía.
Pasó casi un minuto durante el cual él tampoco lo tocaba, sólo le cacheteaba la cara y le preguntaba su nombre. Fernando empezó a increparle que por lo menos le tomara la temperatura, o lo masajeara, que le hiciera acupuntura, respiración boca a boca o cualquier cosa, pero que por favor aplicara de inmediato alguna de las bolillas estudiadas en Facultad.
Tras dos minutos en el piso Julio reaccionó como boxeador a la cuenta de diez, sin recordar nada de nada Entre varios lo incorporamos despacio, pero quedó atontado hasta el final.
-¡Juez, cambio!! .
Entretiempo 1 a 0 abajo. Enrique volvió a predicarnos a los gritos con aquellas frases de pícaros estrategas, como las que usaba Napoleón arengando a sus ejércitos en épicas batallas. En fin, como viejo zorro luego de tantos encuentros de fútbol
_¡¡¡¡NO PUEDE SER, SOMOS UN DESASTRE!!!
¡¡¡PLAYA VERDE TIENE QUE JUGAR COMO SIEMPRE LO HICIMOS:
TODOS ATRÁS Y A REVENTARLA PARA ADELANTE!!!!!!!
¡¿ESTÁ CLARO?!!
Sin ser yo los demás asintieron. Quedé fascinado, petrificado ante tanta riqueza de táctica combinada. Ya no tenía dudas que él seguía siendo nuestro guía deportivo, nuestro mejor DT de siempre
Arrancó el segundo tiempo. El sufrimiento continuaba por el mejor juego rival y como lo habíamos planificado, nos manteníamos bien plantados sin encontrar la pelota.
Los pocos acompañantes que trajeron los rivales de a poco se fueron animando a cantarnos “ole, ole” en cada jugada que nos hacían. Y a pesar de que la enseñanza popular tan arraigada en nuestro ADN que indica que los de afuera son de palo, a varios de nosotros se nos borró esa información genética y comenzamos a levantar presión.
Estábamos recalientes.
El joven punterito veloz me pasó la pelota entre las piernas y siguió corriendo. Una mala consejera voz interior me habló al instante:
-¿Vos permitís eso? ¿Sos estúpido? Vas a ser el hazmerreir de todos.
La obedecí. Quise meterle una patada y como se conoce en lenguaje futbolístico, le tiré el famoso “viandazo” o “envío de bruto viaje”. Pero mi pierna nunca logró llegar a destino, así que quedé pateando el aire y caí nuevamente al barro solito. De a poco me estaba acostumbrando a caer, ya no me molestaba tanto andar chapoteando mientras los demás seguían jugando al fútbol
El puntero ingresó a nuestra área y Alejandro lo empujó haciéndolo aterrizar violentamente. Penal.
El número 8 acomodó el balón y se preparó a tirarlo. Mientras adoptaba una actitud felina, Ciro lo miraba a los ojos para intuir hacia dónde la dirigiría. El delantero tomó carrera…… pateó, y como había sucedido en tantos partidos durante tantos años, Ciro fue hacia un lado y la pelota hacia el otro. Nunca elegía el palo correcto. 2 a 0
Bueno acá ya no teníamos opciones, las palabras de Enrique adquirían sabiduría .Todos pa´delante a intentar el gol del honor, sable en mano y carabina a la espalda, con los dientes apretados en búsqueda de algún milagro. Tercer gol de ellos, y de inmediato un cuarto que el autor esperó a que llegaran varios compañeros, se pararon frente a su hinchada y como seguramente lo habían planificado previamente lo festejaron con el bailecito del “Gang man style”.
Fue el acabose. Salimos varios a increparles, y mientras Odegar trataba de darles lecciones de moral y buenas costumbres, que hay que ser humilde en la vida, que no es de buen deportista hacer eso, etc., Enrique apareció corriendo y sin decir palabra le lanzó un cortito que lo dejó knock out. Conforme el tipo iba desplomándose le espetó:
-Tomá gil, andá hacer ahora el baile del caballito al mambo del Parque Rodó o al Hipódromo
Se desató el tsunami. Otra vez lío gigante, y otra vez peleando los mismos de siempre. Nada había cambiado, nadie había cambiado, y el pasaje de los años no nos habían dado ningún aplomo. Éramos Edy, Enrique, Alejandro, Gustavo, Pablo y yo. Bueno, en realidad Pablo se ponía en posición de combate, saltaba unos pasitos haciéndose el boxeador, tiraba algún manotazo al aire insultando a diestra y siniestra para achicarlos, aunque jamás ingresaba al ruedo. El resto de pacifistas, como de costumbre apelando al principio de amor y paz querían formar una comisión interdisciplinaria para analizar la emergencia mientras trataban de separar, aunque tímidamente por miedo a recibir una piña.
Durante la pelea un grandote le envió un certero derechazo desde atrás en la boca a Nelson. Ahí me di cuenta de que el reclame de Corega es un engaño al volar de inmediato por los aires su puente dental.
Éramos los seis fantásticos contra una horda de veteranos de 40 años, más dos o tres mujeres insultándonos con epítetos que habrían hecho sonrojar hasta a una tripulación completa de pescadores rusos luego de cinco meses en alta mar.
Siguieron yendo y viniendo piñas y patadas durante dos minutos que me parecieron dos horas. La adrenalina no me dejaba parar, y cuando podía ayudaba al que tuviera más de uno enfrente. Igual me llovieron decenas de golpes desde todos los ángulos.
De pronto apareció el famoso canchero, ese que aplicaba la ley del mínimo esfuerzo en el mantenimiento del campo, pero se hacía presente en los partidos de los locatarios o cuando aparecía algún directivo de la empresa, sólo para justificar la vivienda que usufructuaba sin pagar alquiler. Acompañado de un cusquito faldero que ladraba a 120 decibeles, el hombre sacó el revólver y tiró un disparo al aire. Por suerte para nosotros se produjo el desbande general y el final de la pelea.
Mientras nos subíamos a los autos continuamos intercambiando insultos de todo tipo y color. El más suave que escuché, y para no herir sensibilidades de lectores fue:
_ ¡Viejos bananas, la seguimos donde quieran!
Enrique propuso un par de lugares para seguirla, mientras José Pedro apareció planteando una revancha en Los Francesitos a ver quién lograba comer más chivitos al pan en el menor tiempo.
Volví a casa hecho una piltrafa, lleno de barro hasta en la nariz y orejas. Me saqué los zapatos antes de entrar y arranqué directo para la ducha. Frente al espejo me percaté que la cara la tenía hinchada de tanto golpe y el ojo izquierdo estaba negro, parecía mi señora cuando regresamos los sábados de noche y realiza la ceremonia del quitado de maquillaje con un paquete entero de algodón. Me dolía absolutamente todo el cuerpo, añoraba más que nunca a mi almohada y cuando me aprestaba a lanzarme sobre la cama, un grito femenino me prohibió acostarme sin antes sacarle la mugre a los zapatos pues nadie más lo haría. Como zombi marché a la cocina, los metí bajo la canilla y les quité todo el barro que pude, luego los dejé a secar en el balcón del living. (Por lo menos no tenía que engrasarlos)
Esa noche hubo un imprevisto alerta meteorológico, y una lluvia intensa acompañada de fuertes vientos los hizo volar. Al otro día me percaté que habían quedado enredados en los cables de luz.
Como no me animé a meter las manos allí, desde hace una semana estoy llamando a reclamos de UTE para ver si se apiadan y mandan a alguien a rescatarlos. Ahora todos los días, tardes y noches aparece gente tocándome el timbre del portero eléctrico a preguntar qué merca estoy vendiendo, a cuánto está la bolsa de 50 gramos de marihuana, y si se puede pagar con VISA.
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