domingo, 16 de diciembre de 2007

Yendo al Súper

Un amigo me advirtió cierta vez con sabiduría que nunca me pusiera a cocinar
ni sábados ni domingos. La razón es tan sencilla como obvia: El día en
que a uno se le ocurre dar una mano en el hogar, a partir de allí el resto de la familia lo
toma como regla para siempre y ya no hay marcha atrás ni escape posible.
Llegué a casa al siguiente sábado luego de haber cocinado el anterior y nada había para
comer. Tan sólo cruzar miradas con mi esposa alcanzó para leer su pensamiento:
_ "Dale haragán, apurate a preparar algo que los nenes están con hambre".
La frase me llegó clara sin necesidad que emitiera sonido alguno. Lo mismo me sucede cuando faltan provisiones, aunque una cosa es ir de compras el fin de semana que estamos más descansados y otra muy distinta hacerlo de lunes a viernes. El pasado miércoles sintiendo un fuerte agotamiento por la jornada laboral, no veía la hora de regresar a casa. Salí a toda velocidad pensando en el short, las ojotas, camiseta, y como era de suponer llamó mi señora al celular para que le diera una mano con el Súper. Tras el breve saludo empezó a nombrarme algunos artículos, pero en contados segundos ya había dicho decenas y parecía que nada la detenía. No entiendo como esperaba que yo pudiera escribir ese listado mientras iba manejando, tal vez apenas lograría recordar pocas cosas nada más, siempre basado en el principio que al ingresar a una edad en la que cada día siento más gagá . Muy bien, buena onda, ommm, no calentarum, tratar de estacionar a dos cuadras porque miles de esposas llamaron a sus maridos al mismo tiempo.
Luego de 13 años de haber escrito sobre este tema me doy cuenta de que quienes seguimos en el tercer mundo la evolución nos ha pasado por el costado. El único carrito que conseguí vuelve a ser el mismo de siempre, lo reconocí por la rueda delantera derecha trancada. Nadie se tomó el trabajo de arreglarlo pero él me esperó estoicamente todo este tiempo, y al verme entrar desde lejos me hizo una guiñada esquivando a otro cliente. Salí
raudamente a buscar mayonesa pero el muy arisco se encaprichó con el colorido y la variedad de frutas. Luchamos unos instantes hasta que logré imponer mi voluntad, si bien se resistió como potro criollo en las domas del Prado.

Del pedido original compré a buen ritmo lo poco que tenía en memoria e iba a intentar rajarme en diez minutitos. Olvidé decir que estar mucho rato en el Súper también se me convirtió en un fastidio mayúsculo. Y deseo expresar mi profunda admiración por aquellos que para comprar dos kilos de tomates aprietan uno por uno o golpean veinte melones hasta obtener el elegido, mansamente y sin urgencia o interés de regresar al hogar.
Llegué a Fiambres. Como de costumbre al querer sacar número me tocaba el
800 e iban por el 4, por eso siempre trato de llevar los productos envasados aunque no sean tan frescos. Sólo quedaba en stock un paquete de medio kilo de mortadela que si me la llevaba para copetín, la única forma de sacarle toda esa grasa sería llamando a Mister Músculo. . Me tocó el 802. Cada cliente haciéndose un surtido de lo más variado de fiambres y quesos, como si tuvieran la premonición de ese meteorólogo televisivo que aparece con pingüinos de peluche informando la inminente llegada de un Tsunami.
Para mi el tiempo transcurría a 16 revoluciones por minuto y ante la pregunta "¿qué más?" de la vendedora todos recordaban otra cosa para pedir, nadie se privaba de usar y abusar de su derecho con tranquilidad y paciencia. “Que revienten los que vienen atrás” es sin duda lo que sienten.
De a ratos yo dejaba viajar mi mente hacia ese balance diario que hacemos de la vida después de cierta edad, pensando en amigos de la escuela, del liceo, amigos de hoy, los conflictos de algún hijo, los problemas económicos cada vez más difíciles de solucionar, etc. Por las dudas, cada rato regresaba al mundo real creyendo que había pasado mucho tiempo, cuando en realidad habían atendido tan sólo a una o dos personas y la multitud de fiambreadictos seguía creciendo, así que me puse a ensayar mentalmente el pedido para evitar la futura presión popular. Hasta que le tocó el turno a un hombre distinto, de aspecto foráneo. No quiero extenderme pero no tengo otra opción que explicar lo siguiente: Siempre decimos que somos un país gris donde la gente en general prefiere pasar desapercibida en actitudes, en vestimenta,
evitar la farándula o aparecer en sociales de frívolas revistas. Pues este hombre se notaba por el acento que era centro o norteamericano, y por ende que poco le importaba el "qué dirán" ajeno. A viva voz y con un tono de silbato agudo muy próximo al La menor se puso a interrogar a la funcionaria sobre el grado de cremosidad de un queso Alpa respecto a otro de Claldy. Ahí la vergüenza ajena me dio un golpe eléctrico que recorrió todo mi cuerpo durante varios segundos Señalando la vitrina preguntó cuál de esos muzarella se fundían mejor, cuál tenía menos humedad, y si el Colonia de Conaprole era más salado que el Brasetti( juro que no estoy inventando). Al principio la pobre chica se largó a responder con la escasa información que poseía, tampoco percibe tan buen sueldo como para dar asesoramiento profesional. A medida que esa aguda vocecita la paseaba por todo el bolillero, estoy convencido que en cierto momento la chica se quedó sin repertorio y ya respondía con cualquier argumento. Se notaba que estaba apelando al cromosoma 16, y dentro del mismo al gran Gen Payador, ese que tantas veces hemos sacado a relucir en aquellos exámenes orales del liceo
Pero lo más curioso de este extranjero fue observarlo mientras esperaba le
cortaran 200 gramos de jamón. De pronto en los parlantes comenzó a oírse una melodía instrumental de Los Beatles. Demostrando haber gastado fortunas por años de terapia y que ya todo le importaba un bledo, el tipo se largó a cantarla desafinando con maestría, como si fuera uno de los famosos en la ronda de perdedores de “Cantando por un sueño” Segundo golpe de electricidad por todo mi cuerpo.
Había pasado casi media hora cuando increíblemente apareció mi número en pantalla, derrotado y con la guardia baja por la demora pedí 400gramos de cualquier jamón sin importar la marca y salí despavorido. De pronto recordé el pedido telefónico de Champú, ayudado también por dos cosas:
Desde hacía varias semanas venía rebajando con agua las pocas gotitas que quedaban de Pantén, y además mi señora me había dado su ultimátum por el Johnson & Johnson de los niños que tantas veces me había sacado de apuros. Una promotora de L´oreal me ofreció champú Elvive( seguro que el nombre era por homenaje al Ché Guevara).Lo llevé al toque sin fijarme si era para cabellos grasos, secos, débiles, dañados o teñidos. Igual ninguno me da el mínimo resultado y con todos se me sigue cayendo el pelo a lo bobo. Para finalizar esta tortura pasé por la sección limpieza donde estuve tentado en comprar esa esponja lustrazapatos tan práctica y fácil de aplicar, pero la razón me detuvo en seco. En los últimos 2 años he adquirido decenas de esponjas, ya ni sé cuál sirve y cuál no. Al no poder comprobarlo, no tiro ninguna por las dudas y hasta que encuentro la adecuada tardo veinte minutos por zapato para lograr un poquito de brillo
Por suerte había pasta dental en la punta de una góndola. La última que me quedaba no tenía ya más de dónde exprimirla y la del baño de los niños se secó hace meses pues siempre la aprietan en el medio y a nadie le interesa taparla. Mis hijos mayores, en lugar de colaborar yendo a comprar aunque sea un pomo, prefieren lavarse los dientes robando del mío. Como no acepto hacerle publicidad gratuita a ninguna marca de dentífrico desde esta página, sólo aclaro que agarré la cajita color rojo, esa que da la orden que me cuelgue. Me voy, chau, no aguanto más. Llegando a las cajas comprobé que continúa pasando el tiempo y nada cambió ni va a cambiar más. Intenté mandarme de garrón por la caja rápida, la cual sigue siendo la más lenta de todas, cada cuatro clientes la cajera se equivoca cinco veces y siempre está esperando a la esquiva supervisora con su tarjeta mágica para enmendar esos errores infantiles De un vistazo dos señoras paradas detrás se tomaron el trabajo de contar a toda velocidad los artículos en mi carro para denunciarme y quitarme como rival. La única caja con poca gente era la que le daba prioridad a la futura mamá, donde una chica en minifalda con colágeno en los labios, de aproximadas medidas 110- 60-90 y escote más que pronunciado ostentaba toda la pinta de cargar con un embarazo de máximo dos horas.
Antes de pagar volví a comprar una afeitadora para esconderla en mi mesita de luz. Las que dejo a la vista me las desafilan las féminas del hogar (esposa, hija, y hasta sospecho de la empleada)
Ya estaba más contento y billetera en mano sacando la última lata de arvejas, cuando me comí nuevamente el grito de “Precio”, así que a esperar con resignación al cadete llegando en cámara lenta. Llevó la lata… trajo el precio.. pagué, tiré a la basura esos cupones de sorteos de computadoras o viajes a Brasil porque llenarlos con mi dirección , cédula y teléfono es una tortura china.
Cargué las bolsas en la valija del auto y dejé el rebelde carro a un costado. A pesar del conflicto me sentí bastante satisfecho por su servicio, y ambos quedamos melancólicos por la separación mirándonos fijo durante algunos instantes. Pero así es la vida, cada uno debe seguir su camino, y mientras me alejaba mi última frase en silencio fue:
_ No te preocupes rengo, la semana próxima vengo a buscarte.

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